sábado, 27 de septiembre de 2014

27.- UNA VISITA AL MATADERO / Hernán Lavín Cerda

27.- UNA VISITA AL MATADERO / Hernán Lavín Cerda

Con golpes de cachiporra en la cabeza
del vacuno que brama como si fuera un niño,
con ese ruido de piedra hueca o de tambor pudriéndose
después de la elegancia de un solo macanazo,
hasta que el matarife pueda obscenamente
descubrir las bellas o malas artes de la carne
--como dicen los sacerdotes desde los tiempos antiguos--,
esa carne dispuesta al sacrificio para el abasto público.
Delirio de precisión de la cachiporra
en los mataderos de Santiago de Chile
donde se practican las ciencias ocultas de la carnicería
como si fuesen galas del trovar:
ocultismo en el ojo
que colgará del verdugo extraviándose de órbita
junto al holocausto del ternero de la vaca más antigua.
Cómo olvidarnos del bramido de los toros
degollados en el patio
donde sólo se escucha el zumbido de una piedra hueca
o el chorro de agua que salta de los grifos:
un poco más allá se descuelgan las ubres de sus vacas
como la solitaria bombilla del estudio de Francis Bacon.
No interrumpe su vuelo de guadaña esa cachiporra:
del hocico al testuz, del testuz a la espiral sin oxígeno
como si fuera taladro eléctrico, lezna de acero,
casi mítico punzón de las trepanaciones.
¿Cómo olvidarnos del cuchillazo póstumo en medio del corazón?
Ya no braman los toros, el miedo enceguece a las terneras
y las últimas vacas escuchan la voz del matarife
invitándolas a sumergirse en la hipnosis del degolladero.
                                                                                            1979, tal vez en octubre, y el                                                                                             fuego de aquella espiral que llegó a México desde el sur                                                                                            de América, una América esfumándose.


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